COLUMNA VIA LIBRE - PERIODICO LA OPINIÓN

Posted: viernes, 25 de junio de 2010 by Isaias Romero P. in
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El evangelio según Saramago
Renson Said


A lo largo de su fecunda vida José Saramago fue señalado con toda clase de epítetos: impío, blasfemo, sacrílego, ateo. En fin: no era nada de eso. O sí: pero no con el acento que pone en esas cosas el Vaticano. Era impío, pero en una de las acepciones menos corriente que tiene la palabra: uno que no tiene religión. Y blasfemo, claro, porque pensaba que las religiones nunca han servido para acercar al hombre sino para separarlo, y, en el peor de los casos, para someterlo a grandes matanzas a nombre de un Dios único. Desde las grandes masacres del Antiguo Testamento y de la primera Inquisición, hasta el famoso “muerte a los infieles” del Islam, de donde deriva esa versión moderna y fundamentalista de la guerra talibán, que no se diferencia mucho de la violencia extrema que cultivó el cristianismo en los tiempos de su primer apogeo imperial.

Por eso era un sacrílego: no podía sentir respeto por las religiones que matan a nombre de Dios. Porque hay allí una soberbia contradicción: matar a nombre de Dios es hacer de Dios un asesino. Pero además, es una ofensa a la razón. Saramago sabía que la religión fue la primera tentativa de nuestra especie para explicar la realidad. Antes de que tuviéramos nociones de física, química, biología o medicina, incluso antes de saber que la tierra era redonda, la religión lo explicaba todo. La religión fue nuestro primer asomo a la realidad. Del mismo modo que la alquimia fue nuestro primer coqueteo con la química y la astrología nuestro primer intento por comprender los movimientos celestes. Por eso hoy día cuesta trabajo creer en el Génesis como un documento probatorio sobre la Creación. Dice allí que Dios creó al hombre para confiarle el domino de los pájaros, los peces y todos los animales. Pero resulta que el Génesis fue escrito por un hombre. ¿Y si lo hubiera escrito un caballo?

La existencia de Dios me parece físicamente imposible, científicamente improbable, filosóficamente absurda y moralmente estúpida. Por eso Saramago decía que Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio. Y lo tildaron de ateo, como si fuera una ofensa. Y a mí me parece que sí, que era un ateo humanista, pero no impío, ni blasfemo, ni sacrílego, que en el fondo son variaciones de una misma idea. Saramago era un hereje, es decir, alguien que pudo elegir una opinión diferente a la establecida por la ley. Alguien que logró conquistar el derecho a no creer en lo que la mayoría cree y además predicaba sus convicciones. En ese sentido, Saramago me parece un profeta como los de la Biblia: clamaba en el desierto. Y así como los textos bíblicos fueron escritos tomando como base las historias de todas las doctrinas religiosas del mundo, no veo por qué el Vaticano no pueda agregar un libro más a la Biblia: El evangelio según Saramago.

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