De Einstein a San Juan
Posted: viernes, 20 de septiembre de 2013 by Isaias Romero P. in
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Columna Vía
Libre
Por: Renson Said
Lee uno la
prensa al azar y es como si estuviera leyendo una novela de terror: no hay nada
bueno. Las noticias producen escalofrío: la compañía norteamericana Chevron
lanzó productos tóxicos de petróleo en la amazonia ecuatoriana, envenenando
ríos y causando daños irreparables en el ecosistema. Y los productos derivados
del petróleo, como el plástico, constituyen un peligro para el planeta por su
alto grado de contaminación y su carácter no biodegradable. Pero a nadie le
importa. Tenemos el planeta forrado de plástico: desde las bolsas del mercado y
platos desechables hasta el cerebro de algunos funcionarios.
Estamos
talando los bosques, contaminando los ríos, destruyendo la capa de ozono.
Muchas especies se están extinguiendo. La caza de ballenas en Noruega, la
matanza de delfines en el puerto de Taiji, en Japón; la incineración de gatos
en el barrio Sevilla, de Cúcuta; el exterminio de elefantes, en África, en fin.
Los tigres de Siberia son ahora soberbios abrigos que exhiben sin pudor las
estrellas de Hollywood. Cada día estamos eliminando diez especies de seres
vivientes que son una biblioteca de saber humano de millones de años por la
tierra. A lo largo de la historia del hombre infinidad de especies han
ido despareciendo por procesos naturales, sin embargo, en los últimos 300 años
el hombre ha multiplicado la tasa de extinción por mil. La deforestación y los
desastres ecológicos amenazan la vida en la tierra.
Los
pesticidas, el aerosol, el derroche del agua, la tala de árboles, la
contaminación y la falta de una cultura ecológica acabarán con el planeta de
una manera mucho más efectiva que cualquier guerra atómica, nuclear o química.
Necesitamos urgente un nuevo protocolo de Kyoto que ponga freno a este
desastre. Se extingue el lobo gris de Norteamérica y las gacelas de Serengueti.
Queda un venado en un verso de Jorge Gaitán Durán pero el caballo Przewalski,
una sub especie equina oriunda de Mongolia, ya se extinguió. Y para allá va el
borrego cimarrón y las chinchillas y los caracoles.
Los radares
de la industria militar norteamericana perturban a las ballenas que,
enloquecidas, pierden la orientación y terminan encalladas en un banco de arena
cerca de la playa. Ahora el turno le corresponde a las abejas. La multinacional
Monsanto creó un pesticida que las está matando. Ya se ha extinguido el 30 por
ciento de las abejas del mundo interfiriendo así con el proceso de polinización
de la plantas. Es famosa la sentencia de Albert Einstein, según la cual, “si la
abeja desapareciera de la superficie de la tierra, entonces el hombre sólo
tendría cuatro años de vida. Sin abejas, no hay polinización, ni plantas, ni
animales, tampoco humanos”. Porque la abeja contribuye al ciclo reproductivo de
las plantas. Y sin plantas que comer, mueren los animales. Y si mueren los
animales y las plantas, muere el hombre. Lo que no pudieron hacer las
diferentes glaciaciones, ni los reptiles, ni los cambios abruptos de
temperatura, lo está haciendo el hombre en su inmensa voracidad de depredador.
Estamos ante una verdadera encrucijada: dura, ciega, inevitable: ¿acabamos
nosotros mismos con la creación? O esperamos un poco a que se cumpla la
profecía de San Juan.