Un tren de ochenta vagones

Posted: viernes, 27 de diciembre de 2013 by Isaias Romero P. in
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Columna Vía Libre


Foto tomada de www.elespectador.com

Mañana Cicerón Flórez cumple 80 años de edad. Es la primera vez que un toro cumple 80 años. Es como si el minotauro saliera del laberinto para ser fotografiado en su exacta dimensión humana: la cabeza grande y cuadrada, de rasgos firmes.

Su rostro es la geografía del caribe, con sus palmeras y huracanes. Su voz es un mar embravecido, que tiembla, que vibra, que hace temblar y vibrar al auditorio cuando recita los versos de Neruda y Vallejo. Tiene el color de la tierra cuando ha sido pisada por el sol. Es un toro que ha sido vaciado en las carnes y en los huesos de un poeta. Si no fuera toro, sería el canto general. Sería una avalancha, un deslizamiento portentoso. Pero es toro de lidia que cuando sale al ruedo no se distrae en adjetivos sino que embiste. Sus columnas –porque este toro escribe y embiste dentro del ruedo del periodismo- son cornadas que hieren, que lastiman a una clase política corrupta.

Este toro, a lo largo de su vida, ha sido odiado y amado. Perseguido y amenazado. Pero hasta el más visceral de sus enemigos reconoce que es un toro honesto, que no miente en el ruedo, que no hace trampa, que no se deja comprar, que  prefiere morir como toro bravo a vivir como vaquilla consentida del poder.


A este toro no le gustan los elogios. Respira fuego por la nariz cuando alguien le escribe un panegírico. Cuando alguien reconoce que en el ruedo hizo una buena faena, que se portó boyante, que dio lidia. Por eso corro el riesgo de enfrentarme a su cornamenta. Pero es que con toros como este es imposible no usar todas las figuras literarias: la metáfora y el símil, la hipérbole y el hipérbaton, la analogía y la enumeración. Incluso esa figura retórica que tanto gusta a los caricaturistas: la onomatopeya. Sale una columna y ¡plasf!, dio en el blanco. Hay un secuestrado y ¡Aghgggggh!, se lamenta. Cuenta una anécdota y ¡plas, plas!, recibe aplausos.

Es un toro, pero también pudo ser una montaña que respira, un bloque de madera, un mecedor de mimbre donde se mece el tiempo. Cabeza de toro, cuello de toro, ojos de gavilán. Cuando habla, su voz sale de las tripas, de las orejas, de la saliva, de las uñas. Es una voz de órgano vital. Cada sílaba suya forma un muro donde los más jóvenes escriben el graffiti de su rebeldía.

Cada lector, cada amigo suyo, cada vecino, puede  buscarle a Cicerón la analogía que quiera. Para mí es un toro. Pero también un tren de ochenta vagones. O, mejor, un Cicerón son ochenta toros que viajan en un tren de ochenta vagones hacia una corrida que él mismo preparó: es la corrida de la vida, donde no hay toreros sino lectores. Por eso este toro grande se ha ganado el indulto de sus lectores. Que tenga feliz cumpleaños, Maestro.

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